miércoles, 28 de diciembre de 2011

Crónica de un guayabo anunciado.

Me dispongo a narrar lo que todos alguna vez vivimos, ese terrible día después de un parrandón (del cual probablemente ni se acuerde).

Todo inicia por un cumpleaños, fin de semestre, despedida, lo que sea (con el motivo secreto de emborracharse), la primera etapa, el “copeo ligero” unas cervezas, o un cocktail a paso lento, charla, conociendo a los compañeros de rumba.

Luego y casi sin darse cuenta, la música va aumentando su volumen, al igual que la cantidad (no siempre la calidad) del alcohol ingerido y la cantidad de veces que se para a bailar.

Cuando la persona menos lo espera, ha resultado amigo de todo el mundo, ha bailado con las parejas disponibles, ha estado en el centro del “circulito” tantas veces que ya ni sabe cuantas han sido. De repente se le acaba la rumba, se rehúsa a irse,  los amigos se lo llevan en un taxi, y lo dejan en la puerta de su casa.

Al otro día, este personaje abre los ojos, sabe que está en su cama, pero no tiene ni la más remota idea de cómo llegó, se revisa y ve que tiene billetera, celular, llaves, aparentemente todo en orden.

Los borrachos suelen tener un ángel, ese que les cuida los cuida de las caídas, de botar las cosas, y les activa el “piloto automático” para poder entrar a su casa a salvo y sin hacer “mucho” ruido. Aquel mismo que hace que días después de la fiesta, dicho personaje logre recordar, como viendo una película de cine mudo, qué fue lo que pasó esa noche.

El despertar es doloroso, cuesta abrir los ojos, cuesta hablar, y cuando al fin lo logra, sale una voz que parece de otra persona, siente un sabor indescriptible, siente un martillar en su cabeza, y una sed que parece insaciable. Mover el cuello o la cabeza resulta insoportable, y ni hablar de intentar moverse a una velocidad mayor a 2 Hm/H. Siente hambre, pero lo único que logra alojar en su débil estómago es un poco de aquella bebida que en esos momentos parece un elixir de dioses, Gatorade.

Poco a poco, este guiñapo vuelve a ser persona, si tiene la suerte de poder pasar en cama todo el día, como si estuviera incapacitado (es por eso que se recomiendan los guayabos para los domingos, que no hay mucho para hacer), en la tarde, logra ponerse de pié, y tal vez comer algo, para poder coger fuerzas, y seguir durmiendo.

Todos dicen que no lo volverán a hacer, para saber que a la larga, todos terminamos cayendo en las garras del alcohol, y como siempre he dicho, el alcohol es un demonio

1 comentario:

  1. Jajajajajajajajjaaajajajajaaaaaaaajaajajajajajajaaaaaaaajajaaajajajajajajaaaaaaaaaaaaaajajajajajaaaaaaa
    No tengo nada mas q decir

    ResponderEliminar