Cualquier persona que haya ido a Unicentro entre las 3 de la tarde y las 7 de la noche, ha visto a las personas de quien que hablo; un grupo que varía entre 4 y 8 señores, todos sin duda pensionados y que ocupan una mesa con muchas sillas, en cualquiera de los dos café que hay bajo las escaleras de Unicentro (Juan Valdez frente a Éxito e Illy frente a Falabella).
Imaginen el día de uno de estos señores: levantado, bañado y arreglado desde antes de las 7 am: la mañana se le va en leer el periódico, desayunar, renegar del gobierno, tomar medias nueves, renegar de los costoso que está todo, almorzar a las 12 en punto, ver el noticiero, seguir renegando, hacer siesta y esperar a que sean las 3 para salir a reunirse con sus compañeros de café; sentarse en la mesa de siempre y esperar mientras uno a uno van llegando, a discutir las noticias del día, los chismes de los conocidos, alguna muerte, los males que los aquejan, a ellos y a sus familias, hablar con el pecho lleno de orgullo de los logros de sus hijos y nietos, y comentar con los ojos nublados por la vergüenza cuando sus compañeros se han enterado de sus fallas. Hablar una y otra vez los mismo temas, las mismas historias, durante días, horas hablando de lo mismo, al calor de un tinto, un latte, un capuccino o un té.
¿Qué sería de la vida de este señor sin poder ir a pasar la tarde con sus amigos? los mismos que se reúnen bajo las circunstancia más triste: no poder volver a compartir un café con un compañero que se fue.
Este grupo de pensionados seguirá reuniéndose a criticar, renegar, desbaratar y arreglar el país durante cada tarde, y cuando ellos se vayan, otros los seguirán, luego, en Unicentro siempre habrá un grupo de pensionados del café.
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